Dirigir las empresas del futuro

Gonzalo Martínez de Miguel
Director de INFOVA

Aunque nos suene muy lejano, no hace mucho se podían escuchar en las empresas frases como “se hace como yo digo porque soy tu jefe”, “no te pago por pensar”, “aquí se viene llorado de casa”, “tus problemas personales los cuelgas en el perchero a la entrada y los recoges a la salida”. Afortunadamente, ahora los que siguen apostando por este estilo de liderar empresas son muy pocos y su entorno los mira como si fueran vestigios de un mundo que ya no existe.

Y es que el estilo de dirección ha evolucionado mucho. Hace años a un profesional le costaba entender lo que era estar al frente de un equipo y, en general, a un directivo se le consideraba más un jefe que un líder. En la actualidad la mayoría son profesionales con un sentido mucho más moderno del liderazgo, la gestión de equipos, la importancia de procesos como el feedback, la influencia lateral, la inteligencia relacional, lo esencial de gestionar el tiempo haciendo espacio a la vida privada, etc.

En este cambio ha tenido mucho que ver la apuesta tan importante por la formación. Muchos profesionales han cursado programas Máster en dirección de empresas y programas de perfeccionamiento directivo. Esto ha repercutido en una mejora significativa en la calidad media de nuestros mandos, que han aprendido a ejercitar en valores tan importantes como la toma de decisiones, la asunción de riesgos, el análisis de alternativas, la capacidad para ordenar ideas, la perseverancia, la equidad, la integridad y la gestión del éxito y el fracaso.

Los directivos españoles se han convertido en profesionales, que se mueven bien en la incertidumbre y en entornos poco configurados. Son más flexibles a la hora de cambiar de planes y se adaptan mejor a las nuevas estrategias a seguir, cuando los resultados no son los esperados. Son más atrevidos e incluso osados, en sus planteamientos.

Se han dado cuenta que las empresas están en constante desafío, sobre todo tras una época que ha sido verdaderamente difícil y que han afectado, en menor o mayor medida, a todas las compañías españolas. Los directivos son más conscientes de la importancia que tiene estar alerta del entono y estar pendiente de posibles oportunidades, sobre todo, para tratar de evitar futuros riesgos.

Por ello deberán seguir desarrollando habilidades, como su capacidad para observar y analizar todo lo que le rodea y que afecta a la buena marcha de su compañía, el comportamiento de sus clientes, el de la competencia, los avances en su sector, etc, y otras derivadas del momento actual en el que vivimos, necesarias para dirigir las empresas del futuro.

Así deberán aprender a moverse en un entorno social incierto. La inestabilidad política, tanto española como mundial, afecta a las empresas a la hora de poner en marcha nuevos proyectos o tomar decisiones importantes, que afectan tanto al futuro de sus trabajadores como a la supervivencia de la empresa. El cambio ya no es una situación transitoria que dejará paso a una etapa de estabilidad. La actitud que se exige a los directivos es otra. El cambio no es la excepción, ahora es la norma. A los directivos nos toca aceptar que todo está en movimiento, que la realidad es dinámica y las reglas del juego pueden cambiar en cualquier momento. La clave es aprender a disfrutar de esa inestabilidad, en lugar de sufrirla.

Por otro lado, todas las empresas avanzan en el camino hacia la digitalización, desde las compañías, hasta incluso comercios de toda la vida. Los directivos tienen que saber adaptar sus proyectos y sus estrategias en este aspecto. La revolución digital ya es parte del pasado y algunos directivos aún no han terminado de aceptarla. Cada empresa en su medida, buscando la eficacia, tiene que encontrar la respuesta digital más inteligente para él y para su negocio.

La llegada de la tecnología tiene además otra consecuencia, el directivo deberá aprender a liderar equipos deslocalizados. Las nuevas oficinas superan los muros tradicionales y los empleados de una empresa, pueden llegar a trabajar desde cualquier parte del mundo. El fomento de la internacionalización ha traído esta consecuencia, a la que los directivos deben adaptarse. Dirigir equipos deslocalizados exige un nivel de madurez en las personas que no siempre está disponible. Además habrá que generar hábitos nuevos de comunicación y de trabajo cooperativo, que permitan estar conectados y alineados a pesar de estar distantes.

Estos equipos serán cada vez más diversos. Al igual que se extiende la diversidad de razas, religiones en las ciudades, también lo hace en los entornos laborales. La diversidad es fuente de beneficios para la empresa por que los mejores equipos suelen ser dispares en género, en edades, en formaciones y en puntos de vista. Hacer equipos demasiado homogéneos es una forma de empobrecerlos. La verdadera diversidad es la de los diferentes puntos de vista. Saber valorar la opinión divergente, la mirada diferente que aporta algo diferente al equipo.

La racionalización de los horarios es uno de los asuntos más puestos sobre la mesa en los últimos tiempos. Poco a poco se va dando más relevancia a las voces que abogan por la conciliación de la vida laboral y familiar, la racionalización de horarios, reducciones de jornada, etc. El directivo debe gestionar este aspecto. El “presencialismo”, sin mucho sentido práctico, cada vez es más cuestionado. Los profesionales, aun estando muy comprometidos, están demandando una mejor organización de la jornada que les permite disfrutar de su tiempo libre y atender otros compromisos no profesionales.

Y en este mundo en el que cada vez se da más importancia a las emociones, a la manera que tenemos de gestionarlas, para encontrar el equilibrio entre nuestro bienestar mental y nuestro entorno laboral. Un buen directivo no puede permitirse ser un analfabeto emocional. Detrás de cualquier proceso organizativo que afecte a las personas, ya sea feedback, gestión de conflictos, procesos de delegación,… se mueve mucha energía emocional, que tienen que ser gestionada con inteligencia. El proceso de autoconocimieto del directivo también es una clave importante. Es difícil entender a otras personas, si no somos capaces de entendernos a nosotros mismos.

Por último está la necesidad de no dejar nunca de aprender. Creer que ya sabemos todo lo que necesitamos para ser grandes profesionales, no tiene sentido. El mundo genera una cantidad de conocimiento que exige de nosotros una actitud real de apertura y aprendizaje, cada vez con mas celeridad.

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