Dirigir con valores: no se trata de ser bueno, sino de ser inteligente
Art. Gonzalo Martínez de Miguel
Director de INFOVA
Frecuentemente hablamos de “líderes empresariales”, queriendo decir que son los que están a la cabeza de sus organizaciones, pero la realidad demuestra que estar al frente no te convierte necesariamente en líder.
Liderar es la capacidad de influir en otros para que actúen de una determinada manera, dando lo mejor de su capacidad. Cuando ocupas una posición dirigente en una organización, te conviertes en referente para las personas de la misma, y cuanta más visibilidad tiene el puesto, mayor capacidad de influir sobre más gente tienes. Es muy frecuente observar como los departamentos de las empresas suelen parecerse en sus formas a la persona que está al frente.
Por eso se le exige a quien dirige una serie de valores esenciales como la serenidad, la firmeza, el respeto, la integridad en su comportamiento, la energía, la capacidad de sacrificio, el compromiso con la sociedad… pero, y aquí llega la dificultad, una cosa que hemos aprendido en el entorno empresarial durante años es que nadie puede dar lo que no tiene: tampoco los valores efectivos.
Muchos trabajadores se avergüenzan de sus jefes, no por quiénes son, sino por cómo dirigen y los valores que manifiestan en su comportamiento cotidiano.
En este sentido, hablamos de la “Dirección basada en valores”. Las mayoría de las empresas de cierto tamaño tienen definidos una serie de valores corporativos, de obligado cumplimiento, que deben inspirar el comportamiento de toda la organización en su relación con los trabajadores, los clientes, los proveedores, los accionistas y la sociedad en su conjunto.
Hay ya empresas de éxito que usan los valores corporativos de forma expresa para procesos tan importantes como la toma de decisiones o la resolución de conflictos. Las empresas que dan importancia a sus valores corporativos, se hacen preguntas del estilo de: ¿qué miembros de la comunidad están implicados o afectados en esta decisión?; ¿qué valores están en juego?; de los distintos valores en juego, ¿cuáles son prioritarios?
Hay valores de negocio, éticos y de sensibilidad. Como es lógico, los valores éticos y de sensibilidad afectan también al negocio. Ejemplos de ellos son rentabilidad y osadía como valores de negocio; integridad y transparencia como valores éticos; y respeto y equidad como valores de sensibilidad. Como se pueden imaginar, la discusión sobre cuáles deben ser los valores, de qué naturaleza son, y si son jerarquizables o no, es un proceso extremadamente interesante y educativo para las personas que están involucradas en el proceso de elegir qué debe guiar a la empresa.
No es que las empresas se hayan vuelto buenas, ni que estén dirigidas por gente más ética que hace unas décadas: sencillamente se han vuelto más listas. Es decir, han llegado a la conclusión de que respetar los valores es rentable y estos valores se convierten en faros que alumbran una dirección y marcan las reglas del juego, con la confianza de que desenvolverse dentro de ese marco definido traerá los mejores resultados a medio y a largo plazo.
Los valores te animan a huir del beneficio inmediato cuando éste se construye socavando los cimientos del futuro. Los valores dan a las organizaciones consistencia y solidez para alcanzar con éxito el futuro. El problema es que, en situaciones de crisis, las razones para abandonarlos son tantas que no siempre los líderes son capaces de actuar coherentemente con ellos.
Y es que para dirigir con valores hay que tener madera de Líder con mayúsculas; hacen falta personas que hayan forjado su personalidad en la importancia del respeto, que sean capaces de enfrentarse a su propia organización para mantenerse dentro del marco definido por valores efectivos y vencer la tentación de saltárselos a cambio de un beneficio a corto plazo. Hacen falta líderes capaces de no perder el sentido de empresa a pesar de su enojo o su frustración. Líderes que entiendan que estar en desacuerdo no exige estar en desagrado, que la agresividad no es un valor, pero que la firmeza sí lo es.
Si un directivo no saben discutir sin ofender, escuchar queriendo entender, llegar a acuerdos desde la serenidad, mantenerse firmes sin agresividad, estar en desacuerdo sin ofender, tener la humildad para entender que su punto de vista no es la verdad absoluta… Si no saben crear alternativas aceptables por las partes ante situaciones sin salida, de ser generosos en la dificultad, de entender que están al servicio de una organización y que tienen que ser dignos del cargo que ocupan, deberían dimitir y dedicarse a otra cosa.