El carisma: La perdición de los líderes. Rivera, Iglesias y Garzón
Artículo de Opinión
Gonzalo Martínez de Miguel, Director de INFOVA
Con motivo del intenso año electoral que estamos viviendo nos preguntan con frecuencia por el liderazgo de las figuras emergentes de la política española.
Le interesa al común el liderazgo de Albert Rivera, Pablo Iglesias o Alberto Garzón. ¿Qué tipo de líderes son? ¿Son realmente buenos líderes?¿Son de largo recorrido o flor de un día?
La realidad es que hasta que no tengan el poder para tomar decisiones e influir en la vida de sus conciudadanos no podrán demostrar la naturaleza real de su liderazgo. Cómo decía Peter Drucker, reconocido experto en estos asuntos, el liderazgo es más acción que alarde.
De momento vemos el elocuente pavoneo de los jóvenes más capacitados para el discurso, para la oratoria y el debate televisivo. Han demostrado su capacidad para armar un argumento y defenderlo con brillantez. No es poca cosa. Peor es no tener esa capacidad. No hace falta más que ver a sus segundos que, en general, rinden mucho peor en esos escenarios. No tiene nada que ver la cintura de Iglesias en un debate o una entrevista con la de Iñigo Errejón.
Pero eso no es el liderazgo. Esa capacidad para resultar atractivo a la audiencia se acerca más a lo que llamamos carisma. Lo podemos definir como encanto personal o poder de seducción. Liderar es la capacidad de influir en otras personas para que decidan tomar acción en la dirección que el líder propone y mantenerse en esa intención. El carisma es un recurso del líder, pero no es el liderazgo. De hecho hemos conocido líderes poco carismáticos que, sin embargo, han liderado con mucho criterio.
Liderar es marcar dirección y es inspirar a otros para que la sigan dando lo mejor de su capacidad. Como proponía Morgan Freeman, en su papel de Nelson Mandela en la película Invictus, liderar es inspirar a otras personas para que superen sus propias expectativas. Se inspira desde el ejemplo, desde la claridad, desde la convicción en las propias ideas y en la capacidad compartida de alcanzar los objetivos deseados. Tanto Alberto Garzón, Abert Rivera como Pablo Iglesias, no han tenido ocasión de demostrar estas capacidades.
Quizás la explicación de la expectativa que generan tenga que ver con la claridad de que el liderazgo también es demostrar integridad, vocación de servicio, carácter sólido y capacidad para superar la adversidad. Es la falta de integridad la que ha dado un merecido revolcón a los políticos “profesionales”.
Dicen que un matrimonio en segundas nupcias es un triunfo de la esperanza sobre la experiencia. También la elección de políticos noveles es una victoria de la esperanza, a pesar de la falta evidente de experiencia en gestión de los asuntos públicos.
Es curioso que el carisma no está muy bien visto entre los expertos en liderazgo. Las mejores cabezas de esta joven disciplina recuerdan que el liderazgo es básicamente trabajo, esfuerzo y consecución de resultados. También lo decía la reina Isabel I de Castilla: Los reyes que quieran reinar, han de trabajar.
Cuestionando el valor del carisma como atributo del líder, Drucker llegó a afirmar que el carisma es la perdición de los líderes. En su opinión, los vuelve inflexibles, convencidos de su infalibilidad, incapaces de cambiar.
Afeaba Drucker el carisma de Kennedy, a quien ponía como ejemplo de que el carisma no garantiza la eficiencia de líder. Llegó a escribir que Kennedy fue quizás el presidente más carismático que ocupó la Casa Blanca y, sin embargo, pocos presidentes hicieron tan poco como él.
Peter Senge, otra de las personas más escuchadas de la ciencia de la dirección, afirma que el liderazgo natural que observamos en algunas personas es el subproducto de una vida entera de esfuerzos. Defiende Senge que en ausencia de ese esfuerzo el carisma personal es estilo sin sustancia.
Opinaba este gurú del liderazgo que la mayoría de los líderes sobresalientes con los que ha trabajado son a menudo oradores mediocres, pero se distinguen por sus ideas claras y persuasivas, la hondura de su compromiso y la apertura ante el aprendizaje continuo.
La vida nos recuerda que ser un buen líder no es fácil. Hay mucho líder cosmético, que luce muy bien con el viento a favor, pero que fallan estrepitosamente cuando se vuelven las tornas y pintan bastos. Líderes incapaces de dejar un legado del que sentirse orgullosos. Líderes que nunca entendieron para quien lideraban.
Los líderes deben preguntarse a quién sirve su liderazgo. Hay liderazgos que sirven al propio ego, liderazgos al servicio del propio interés, liderazgo que buscan el bien de la comunidad. No tienen valor real sus respuestas antes de llegar al poder, solo valdrá lo que demuestren con su acción una vez instalados en él.