EL COEFICIENTE DE OPTIMISMO
Artículo de Opinión
Gonzalo Martínez de Miguel, Director General de INFOVA
Sir Ernest Shackleton demostró que ante el reto y la adversidad, el éxito de un equipo depende enormemente de su coeficiente de optimismo, entendido como el número de optimistas que hay en un grupo dividido por el número de personas del grupo.
Shackleton, que se está convirtiendo en un icono de liderazgo en tiempos de crisis por la gestión que realizó de su aventura polar, rescatando con vida a toda su tripulación después de más de 20 meses atrapados en el hielo, seleccionó a la tripulación del Endurance, con quien escribiría una de las mayores epopeyas del último siglo, no sólo por sus competencias para la aventura sino por su capacidad para aportar entusiasmo y optimismo al grupo durante las largas noches antárticas y los interminables momentos de espera. Consideró la aportación potencial de cada tripulante a la convivencia como parte sustancial de su valía para la aventura.
La dificultad de la situación económica actual para la mayoría de las empresas permite observar con mucha claridad la cantidad y la calidad de optimistas que hay en una organización.
Los datos de un avance del estudio del Observatorio de Comportamiento Humano en la Empresa (OCHE), realizado sobre más de 300 directivos que trabajan en España, reflejan que en el actual ambiente cada vez más desfavorable, el 64% de los consultados afirma con rotundidad que su empresa se verá reforzada por la crisis financiera actual.
Según esos datos, podríamos dar al directivo español un aprobado en optimismo. Pero lo cierto es que para favorecer el éxito del equipo no vale cualquier tipo de optimismo.
A partir de las investigaciones de la psicología positiva, encabezada por Martin Seligman, se ha conformado una corriente de pensamiento denominada “Optimismo inteligente”, que el profesor, y extraordinario conferenciante Luis Galindo, contrapone al concepto de “Optimismo ñoño”.
A diferencia del optimismo inteligente, el optimismo ñoño afirma que no pasa nada, que si pasa no nos afectará, que si de alguna forma nos afecta todo se arreglará, y que si no se arregla las consecuencias no serán para tanto. El optimista ñoño tiende a negar la realidad, le molestan los pesimistas que se empeñan en destacar lo que no funciona, porque en su opinión eso sólo empeora las cosas, y confía en que el paso del tiempo arreglará por si mismo la situación.
El optimista inteligente ve la realidad y es capaz de reconocer lo que no funciona al mismo tiempo que toma conciencia de su capacidad para cambiarla a favor de sus intereses. El optimista inteligente se hace dueño de su futuro y se pone manos a la obra para construirlo sin caer en el catastrofismo, la rendición, ni la queja. El optimista inteligente tiene una cualidad singular, es capaz de ver lo que hay que cambiar sin dejar de valorar lo que tiene, lo que es y todo aquello de lo que disfruta. Orienta su energía al cambio y a la mejora sin dejar de agradecer todo aquello que esta bien en su vida personal y profesional.
El optimista inteligente se centra en aquello que depende de él y procura no gastar mucha energía en lo que está fuera de su zona de influencia. No es que no le preocupe lo que no depende de él, es que no le dedica mucho tiempo a lo que no puede resolver para comprometerse sin excusas con lo que puede mejorar.
El optimista inteligente sabe que no hay nada escrito sobre su futuro, que todas las alternativas están abiertas y que, aceptando que existen los accidentes, el futuro depende más de cómo juegue la partida que de las cartas que le han tocado en el reparto.
Ante una situación como la actual, el pesimista busca culpables, vive en el lamento, se queja frecuentemente, con razón, pero se queja. Se le ve taciturno, apagado, habla continuamente de la crisis, duerme mal, está de mal humor y es un compañero de partida muy poco recomendable. El pesimista tiende a la inactividad porque si la solución la tuviese él tendría que dejar de quejarse y asumir su capacidad de responder.
Por su parte, el optimista ñoño está de mucho mejor humor, tiene un punto de espiritualidad pasiva, cree en la providencia y en la inteligencia del sistema para salir de una situación que no quiere ver y no suele aceptar decisiones difíciles para resolver una situación que no ha aceptado. El optimista ñoño intuye que mientras no acepte la realidad no tiene nada que hacer, lo que es una situación en extremo confortable para este perfil.
Por el contrario, el optimista inteligente mira la situación como un nuevo escenario en el que sabe que el resultado final depende de él o de ella y se coloca internamente en la mejor posición para afrontarlo. Sabe que creer que puede, es más eficaz que creer que no puede. Sabe que desanimarse o quejarse solo contamina el ambiente y no aporta nada. Elige no perder de vista todo lo que si funciona en su vida porque tiene la claridad de que eso le da energía para hacer el esfuerzo que la situación requiere. El optimista inteligente es reflexión y acción orientada al cambio.
Seligman y los científicos de la psicología positiva, después de años de investigación han venido a demostrar que en última instancia, cada ser humano elige su nivel de optimismo, lo que nos hace personalmente responsables del mismo.
A partir de aquí tenemos decisiones que tomar a nivel individual: Primera de que grupo elijo ser, segunda cuantos pesimistas y optimistas ñoños me puedo permitir en mi equipo y, tercera, si soy de los optimistas inteligentes, cual es mi mejor jugada ante la situación actual.
Escrito por Gonzalo Martínez de Miguel, Director General de INFOVA
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