La ambición de los directivos

Artículo de Opinión
Gonzalo Martínez de Miguel, Director General de INFOVA

Según los datos del Observatorio de Comportamiento Humano en la Empresa (OCHE) los directivos españoles tienen una relación compleja e inefectiva con la ambición.

En primer lugar sorprenden los datos del estudio, realizado entre 900 directivos que trabajan en España, que indican que solo para un tercio de los directivos varones encuestados la ambición es una cualidad digna y necesaria. Si bien este porcentaje sube al 43% entre las mujeres directivas de menos de 45 años.

Todavía sorprende más que para cuatro de cada diez entrevistados la ambición sea una cualidad indigna pero necesaria. Este porcentaje es aún mayor en el caso de los directivos de ambos sexos mayores de 45 años, y baja cinco puntos si nos fijamos solo en las mujeres.

El porcentaje de directivos que se sienten ambiciosos por obligación es sorprendente.

La ambición es una palabra muy maltratada en España que merecería la pena rehabilitar para su uso cotidiano. Para muchas personas decir de alguien que es ambicioso es equivalente a decir que es una mala persona carente de escrúpulos para conseguir lo que se propone. Se asocia en nuestro país la ambición a la falta de principios éticos y la ausencia de respeto a las reglas del juego colectivo.

Sin embargo, ambicionar algo no es más que el deseo profundo y claramente vivido de alcanzarlo. Obviamente, una persona ambiciosa sin principios éticos es más peligrosa que una persona sin ética y sin ambición. Pero la ambición como tal no implica la necesaria falta de principios morales. Se puede ser muy ambicioso y respetar las reglas del juego. También se puede ser poco ambicioso sin más ética que el propio interés.

La ambición es uno de los motores internos del ser humano, como lo puede ser el amor, el sexo, el deseo de trascender y también el miedo, el odio y la envidia. La cuestión es si la ambición está en el lado de los motores “positivos” o de los “reprobables”.

No permitirnos ambicionar limita nuestras posibilidades de alcanzar lo que de verdad deseamos. La ambición es el deseo profundo de alcanzar una meta, de lograr el mejor resultado que somos capaces de producir con los recursos que tenemos. Hay que quererlo mucho para hacer el tipo de esfuerzo que te exige la vida profesional directiva. La ambición genera inconformismo con resultados mediocres, con soluciones vulgares.

Napoleón pedía generales con suerte. Nosotros pediríamos directivos con suerte, inconformistas y ambiciosos.

Los mejores deportistas, los mejores artistas, ambicionan hacer su mejor obra, jugar su mejor partido, llegar a ser los mejores profesionales que pueden ser, romper un record del mundo o pasar a la historia del arte. Nadie critica a estos profesionales por ambicionara esos logros.

Realmente no criticamos la ambición en cuanto estado interno de una persona. Desaprobamos el objeto de dicha ambición o la falta de límites en lo que estamos dispuestos a hacer para conseguirlo.

Lo cierto es que para poner en marcha la energía personal que mueve la ambición y mantenerla en el tiempo hay que tener muy claro el objetivo. Saber que queremos de verdad. Ese es el problema real, muchas personas solo tienen una idea vaga de lo que realmente quieren. La ausencia de objetivos claros y una idea vergonzante de la ambición impiden que ese poderoso motor personal se ponga en marcha.

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