LOS PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO*

Artículo de opinión
François Pérez Ayrault, director comercial de INFOVA

¿Y qué tal si probamos con los valores?

Cada año, y de forma recurrente, acometemos el comienzo del nuevo año con toda una suerte de buenos propósitos. Y cada año una buena parte de nosotros cae en la sempiterna frustración de no cumplir con ellos, aún a pesar de que éstos van a nuestro favor proponiéndonos mejoras en la salud, la formación, el trabajo, el deporte, nuestra familia, nuestra pareja, los hijos, etc. Es tan predecible por tan repetido este comportamiento que me he atrevido a definirlo como un acto de “prevaricación emocional reiterativa”. Prevaricación que la entiendo como dictarme un propósito a sabiendas de que no lo voy a cumplir, emocional porque es en el lugar de las emociones donde pago el precio de mi falta de compromiso y reiterativo porque no aprendo y cada año hago lo mismo.

¿Qué hacer? ¿Asumo mi falta de firmeza y disfrazo mi limitación con la ironía y el sarcasmo fácil? No olvidemos que es casi una pandemia, de modo que resulta fácil encontrar consuelo entre tantos como yo; a la postre es lo que acabamos haciendo. Y así dejamos vagar los años observando indolentes como nuestra estima personal poco a poco entra en caída libre. Con mimbres tan flojos y quebradizos siempre acabamos encontrando las razones perfectas para no hacer lo que decimos que vamos a hacer.

Yo me rebelo contra esa desidia, contra la indolencia que provoca la creencia restrictiva de que algo (que por otra parte debería ser sencillo) es imposible. En la mediana edad de mi vida he aprendido que si quiero algo distinto no debo hacer siempre lo mismo. Así que el pasado año decidí cambiar algo y probé a enfocar y dirigir mi energía, de forma consciente, hacia los principios y los valores.

Las verdades elementales caben en el ala de un colibrí (José Martí)

En la cultura corporativa, en el mundo de la empresa, cada vez se habla, se discute y se reflexiona más acerca de los principios y valores: de su necesidad, de su importancia – incluso estratégica-, de su eficacia como referente para un comportamiento ético. Y he observado que los de la mayoría de las empresas y organizaciones son coincidentes entre sí, matiz más o menos. Puede que en su redacción se deslicen diferencias en la forma, pero en su significado y el propósito al que sirven, no. No diré que los principios y valores quepan en el ala de un colibrí, como refiere José Martí, pero denme una cuartilla y prometo escribir en una sola cara y a doble espacio los valores en los que la mayoría de las organizaciones y empresas coinciden, que son la mayoría. Naturalmente me refiero a valores – para que sepamos de qué estamos hablando-, como la honestidad, la integridad, el servicio, la responsabilidad, la excelencia, el compromiso, el respeto.

Es posible que para el común de los mortales ésta sea una cuestión baladí; y es posible que sea baladí porque al observarlos nos retrotraemos a esa “prevaricación emocional reiterativa” y sin entrar a un análisis más certero y crítico, nuestras creencias y nuestros prejuicios ya nos dibujan, fatalmente, la imposibilidad de ser coherentes con los valores propugnados por nuestra empresa. Pero no olvidemos, que en cualquier caso, es de nuestra exclusiva responsabilidad ser o no ser coherentes y participar o no participar de esos valores.

El año pasado se me ocurrió, harto ya de tanta promesa rota, que los propósitos de año nuevo fueran el compromiso y la coherencia. Es decir: ser comprometido y ser coherente. No porque nunca lo haya sido; ¡hasta ahí podíamos llegar!, sino porque la diferencia ha estribado en dedicar voluntad, energía y esfuerzo a su observación, evaluación y cumplimiento. Y he de decir que ha funcionado.

Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad. (Albert Einstein)

Los valores son una guía, un marco de juego, un referente que nos permiten dirigir el comportamiento hacia nuestra plena realización. En si mismos son una dirección a seguir y adquieren consistencia en el momento en que les otorgamos un valor, medido naturalmente en el comportamiento. Imagine usted como sería su organización si cada vez más personas se comprometen con sus valores. Piense que el valor sólo se concede en el momento en que nuestras acciones son coherentes con ellos. Aquí la coherencia se convierte en la cuestión determinante y diferenciadora. Es enormemente grato observar un día cualquiera con sus afanes, sus desafíos, sus tribulaciones y con ello dedicar un esfuerzo, que no es tal, a ser comprometidos y coherentes. Tenemos más sabiduría y más talento del que estamos dispuestos a admitir, y claramente, podemos observar las desviaciones entre el ideal de nuestro comportamiento y la realidad que observamos cada día. Y basta que nos enfoquemos en nuestro desempeño, y que este abarque no solo nuestra vida profesional y pública sino la privada para observar esas desviaciones y hacer, poco a poco, los ajustes oportunos.

No hay que confundir nunca el conocimiento con la sabiduría. El primero nos sirve para ganarnos la vida; la sabiduría nos ayuda a vivir. (Sorcha Carey)

¿Y porqué el compromiso y la coherencia? Invariablemente nos identificamos más con unos valores que con otros. Estos son percibidos subjetivamente, no son concretos, no significan lo mismo para unos que para otros. Pero los valores lo son con independencia de nuestra estimación. La integridad, por ejemplo, siempre será un valor, más allá de si usted o yo somos o no somos íntegros.

Elegí compromiso y coherencia porque es necesario un marco, un escenario con bambalinas que me permita ser actor, espectador, director de escena y regidor, de forma que tenga una visión más global y por tanto más honestamente evaluable. Ser comprometido me permite observar sus resultados en todos los órdenes de mi vida: alinearme con los objetivos de mi organización y hacerlos míos, cooperar y mostrar mi apoyo, ser más eficaz y más efectivo, cuidar las relaciones, observar huecos de responsabilidad en mi organización y ocuparlos, escuchar y pedir, desear ser evaluado; y todo esto hacerlo extensivo al ámbito privado: mis hijos y sus estudios, la relación de pareja (en este caso mi matrimonio), el deporte, mi aprendizaje. Y decidí coherencia por empeñarme en alinear mi pensamiento, mis propósitos con mis acciones; y me resultaba sencillo medir sus desviaciones. Podemos articular cualquier superchería para calzar nuestros pensamientos con nuestras acciones, pero en el fondo tenemos un sabio interior que nos dice si es así o no.

Decía antes que ya el año pasado mis propósitos fueron ser más comprometido y coherente, y que había funcionado. Así es. Y este año repito. No imaginaba que sus resultados podían abarcar tantas facetas en mi vida. Ahora empiezo a observar con cierta distancia y un punto de sarcasmo, cada fin de año con mis tres propósitos: inglés, gimnasio, dieta, y sus resultados: más gordo, menos fuelle y desaprendiendo hasta el español.

A ver que tal se da 2006.

*Escrito por François Pérez Ayrault, director comercial del Instituto de Formación Avanzada.

INFOVA, Instituto de Formación Avanzada, es una empresa especializada en la formación de profesionales, que aplica su metodología en tres áreas distintas, pero a su vez complementarias: Formación en Sala, Formación a través de la Experiencia (Outdoor Training) y Formación On-Line (E-learning). Su objetivo es ahondar en las causas que inspiran los comportamientos y así poder realizar cambios reales, proporcionando de esta forma herramientas capaces de fomentar y potenciar el desarrollo profesional de directivos, redes de ventas y equipos de trabajo.

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