Rajoy vs Iglesias, dos propuestas antagónicas de liderazgo
Artículo de Opinión: Gonzalo Martínez de Miguel
Director General de INFOVA
Quizás las dos propuestas más diferentes que se encuentran en el panorama de los líderes españoles son las de Mariano Rajoy y la de Pablo Iglesias, no sólo por su manera de entender la manera de gestionar una nación, sino también por la facilidad para conectar con los ciudadanos.
Me pregunto qué va a priorizar la sociedad española este momento: eficacia o atractivo, experiencia o esperanza, inspiración o pragmatismo. Si tuviéramos una propuesta donde todas las cualidades estuvieran disponibles la decisión sería más fácil pero no es así.
Es pronto para valorar a Iglesias como líder, pero si se puede decir que cuenta con algunas habilidades muy valoradas en un buen líder como su capacidad para conectar con el sentir de una parte de la sociedad y su destreza para inspirar desde el el debate y la comunicación.
Cuestionar abiertamente el sistema tampoco lo aleja del liderazgo. La experiencia nos dice que los líderes más visibles que han pasado a la historia son los que han sido capaces de cambiar las premisas establecidas. Rara vez se reconoce a los que han sabido mantener una sociedad funcionando, mejorando paulatinamente, pero sin grandes cambios. Puede ser injusto, pero los libros de historia hacen más sitio a revolucionarios, conquistadores o rupturistas.
Sin duda estas son buenas dotes, pero aún debemos descubrir su auténtica vocación de servicio, la coherencia entre su discurso y su acción, la fortaleza de su carácter, su capacidad para superar la adversidad, su acierto para rodearse de colaboradores competentes y tener una visión acertada de hacia dónde quiere llevar a España.
El riesgo con Iglesias es que haya en él más discurso que capacidad de gestión. Hay personajes que son mucho más brillantes en la oposición que en el ejercicio del poder. Saber señalar y criticar lo que no funciona, no significa saber hacerlo funcionar. En general los políticos llegan al poder después de haber generado enormes cantidades de ilusión, al menos entre una parte de la población, y luego decepcionan a todos cuando son incapaces de cumplir los objetivos marcados. El auténtico liderazgo no se demuestra conquistando el poder. Es la capacidad para crear las condiciones para el cumplimento de los objetivos lo que lo define.
Frente al estilo de Pablo Iglesias encontramos el liderazgo del actual presidente del gobierno. En el caso de Rajoy sobresale su ausencia de carisma y la falta de ese magnetismo, encanto y capacidad de atracción de la que han disfrutado otros líderes.
Este hecho, por sí mismo, no le descalifica como líder. De hecho, para muchos expertos en liderazgo, el carisma es la perdición de los líderes. En opinión del mayor experto en liderazgo del siglo XX, Peter Drucker, el carisma vuelve a los líderes inflexibles, convencidos de su infalibilidad e incapaces de cambiar.
Otro autor muy reconocido en el mundo de la gestión, Peter Senge, afirma que la mayoría de los líderes sobresalientes con quienes ha trabajado no son altos, ni demasiado apuestos; a menudo son oradores mediocres. Y continúa diciendo que el liderazgo natural de estas personas es el subproducto de una vida entera de esfuerzos. Si ese esfuerzo, el carisma personal es estilo sin sustancia.
Podemos tener la impresión de que Rajoy es más un gestor que un líder, lo que en condiciones favorables es suficiente, puesto que a las personas nos gustan los dirigentes eficaces que gestionan bien la abundancia. Pero en momentos de dificultad, a pesar de que la eficacia debería ser una prioridad, las sociedades se agarran a líderes inspiradores y atractivos capaces de dibujar un nuevo futuro.
Rajoy ha apostado todo a que la eficacia en la gestión, durante sus años de legislatura, lo justificará todo y hará que lo demás sea superfluo. Esa concepción tan austera del liderazgo, de la representación, le lleva a despreciar la escena y descuidar la comunicación, lo que le dificulta la conexión con los ciudadanos y le terminará pasando factura.
Por más que Drucker afirme que el liderazgo es esencialmente trabajo y que los mejores líderes que ha conocido no tenían más carisma que un pez muerto, cuando los resultados no llegan a la velocidad que se esperaría no suele haber para ellos una segunda oportunidad.